sábado, 3 de noviembre de 2012

Feliz Fin del Mundo (21 de diciembre de 2012)

A los humanos, especialmente a aquellos que vivimos en países económicamente desarrollados, nos encanta fantasear con la idea del fin del mundo. Leemos sobre ello, vemos cada año decenas de películas catastrofistas, resucitamos y ponemos de moda antiguas profecías apocalípticas con inquietud pero también con la secreta esperanza de verlas cumplidas. Hay algo en nuestro subconsciente colectivo que sueña con el fin del mundo y nuestra propia desaparición.

El motivo que hay detrás de ello es sencillo. Observamos el modo de vida que hemos creado entre todos, donde las relaciones humanas pierden cada vez más sentido y ya solo importa trabajar, ganar dinero, comprar, consumir, llegar pronto a los sitios, divertirse y tener más que nadie, y vemos claramente que estamos equivocados. En el fondo de nosotros, en ese rincón calentito que todavía queda en nuestro corazón, queremos terminar con tanta mentira, avaricia y destrucción. Sabemos que los productos que consumimos y disfrutamos como locos son fruto del sufrimiento de millones de personas en otros lugares del mundo. Sabemos que nuestra economía se basa en la guerra, la esclavitud y el crecimiento incontrolado a costa de la lenta muerte de nuestro planeta. Y sabemos igualmente que nuestras formas de trabajo y de ocio, dominadas por la competitividad, el materialismo y las nuevas tecnologías, nos alejan cada vez más a unos de otros, y han sustituido la realidad de aquello que puede olerse y tocarse por otra más brillante pero falsa. Estamos perdiendo lo poco que nos queda de humanos.

Al mismo tiempo que todo eso nos horroriza, no nos sentimos capaces de detenernos y replantearnos nuestra forma de ser y de vivir. No somos (todavía) lo suficientemente valientes como para dar ese paso, renunciar alegremente a todo lo que nos sobra y volver al mundo de los sentimientos, las relaciones estrechas y las cosas sencillas. Nos da miedo. Probablemente tengamos más miedo a cambiar, y a ser coherentes con nuestra naturaleza humana más auténtica y profunda (la única que nos hace felices), que a comportarnos de esa forma tan falsa cuyo resultado es el mundo superficial, injusto y vacío en el que llevamos décadas viviendo. Nos hemos hecho adictos a nuestro propio veneno, estamos atrapados en nuestra propia pesadilla.

Por eso ponemos nuestras secretas esperanzas en que "algo suceda" y el mundo termine. Nos gustaría presenciarlo, y a ser posible filmarlo con nuestro smartphone. Un meteorito, un tsunami, una guerra nuclear... cualquier cosa será siempre más espectacular y más fácil que hacer el esfuerzo de transformarnos y cambiar las cosas por nosotros mismos. Así desapareceremos, y el planeta descansará por fin en paz (sin nosotros).

Ahora, la fecha que se ha puesto de moda para el fin del mundo es el 21 de diciembre de 2012. Pero el único fin del mundo probable y deseable, será el que decidamos provocar nosotros, para sustituirlo por otro distinto (y mejor). Y esa ha de ser, por naturaleza, una profecía autocumplida.

Así pues: ¡Feliz fin del mundo y próspero todo-sigue-como-siempre!

(¡O no...!)

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